Tras los muros que encierran a la bestia (II)

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Un estudiante de medicina ha realizado las prácticas en una carcel andaluza. Estas son, por entregas,  algunas de sus reflexiones.

<<Mierda. Se me derraman las lágrimas. Maldito mundo enfermo>>

He visto una radiografía del tracto digestivo de Mohamed, en la que se mostraba una pila. Un intento desesperado de presionar al “señor director”, para que le pida el traslado a la cárcel de Ceuta, donde sus familiares pueden ir a verlo. He visto a un funcionario hacer esperar a una madre que viene de tener un vis a vis con su hijo tras una puerta, a cinco metros de la entrada de la prisión, simplemente por “darle una lección”. El funcionario alega socarrón que la mujer “llama mucho al timbre” (el que hay delante de las puertas, para avisar al funcionario de que alguien espera que las abra, una vez este se ha cercionado de que no es un intento de fuga) y que “se va a quedar ahí un rato para que aprenda”. Capullo.

Puertas que solo se abren si la anterior está cerrada. Puertas inquebrantables. De metal y cristal de seguridad, de seguridad, de seguridad, de seguridad. El carcelero se mete en la garita, fabricada con estos mismos materiales y con el color distintivo de las zonas de funcionariado: el amarillo. Para comunicarte con él, una de las zonas de cristal de unos 5×10 cm situada entre dos barrotes metálicos transversales está separada en dos hojales, uno de ellos corredizo. Para hablar, tienes que doblarte, pues la escotilla está a la altura de la cintura. Postrado, así tienes que hablar con el representante de la institución. Como la configuración de una ciudad, sus calles, parques, plazas reflejan el carácter y cultura de una población, la configuración carcelaria refleja el sometimiento del preso a la institución, y el desprecio que la sociedad le procura.

La cárcel ofrece una imagen dura, pero justa. El olor a detritus de alcantarilla que se desprende ya al llegar al aparcamiento parece anunciar sutilmente, o no tan sutilmente (no hay que estar muy fino para percibirlo), lo que realmente se esconde en el interior. Pasados unos días allí dentro a poco que rasques descubres lo que se oculta tras esa asquerosa fachada (los cristales de las plantas superiores no pueden limpiarse debido a que no hay ventanas que se puedan abrir, ni mecanismo que se le parezca, así que se muestran llenos de la suciedad acumulada durante largos años). Las plantas e incluso la fuente situadas en el patio distribuidor y en los patios de algunos módulos hacen incluso amable la visión del recinto. Por el contrario, las caras de los internos, sus bocas desdentadas, sus arrugas prematuras, sus brazos chinados y sus tatuajes “talegueros” desmienten las primeras impresiones. Claro que cegados por los prejuicios seguramente pocos visitantes accidentales serán capaces de apreciar esto, sin tomarlo como una curiosidad más de ese complejo y extraño mundo aparte que es la cárcel.

Al volver de su primer permiso un interno, uno de los ordenanzas (presos que curran en determinados destinos: lavandería, cocina, limpieza…) de enfermería, con los que he tenido la suerte de relacionarme bastante, me comenta: “no veah como ha cambiao la calle, vieo”. Otro más de los tantos que pierden su juventud en este centro de exterminio meticulosamente calculado por la mente humana. Elaborado tras la imposición de la convención: tiempo = trabajo = dinero, delito ≈ dinero, por la que se conmuta un delito “contra la sociedad” (más bien, “contra la sociedad que nos imponen”) por un periodo de tiempo que se pagará con la pérdida de libertad. La idea más absurda y perfectamente implantada en la mente de la gente ideada por la maquinaria capitalista, en su afán por reducir los interminables matices de la vida humana al patrón oro. Es por esto que el rico se pasea por la prisión, y el pobre “paga a pulso” (expresión carcelaria para referirse a los años de pena cumplidos sin salir a la calle, sin permisos, 3er grado ni libertad condicional, algo bastante común por que estos privilegios pueden anularse por muchos años solo por un parte disciplinario, que te pueden poner por casi todo) largos años de condena. Por eso, entre otras cosas, ¾ de la población carcelaria no supera la renta básica (datos del ministerio del interior, de hace un par de años. Acabo de entrar en la web y la han reformado. La búsqueda de estadísticas por renta ya no esta. Estado corrupto. Putos políticos).

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