Tras los muros que encierran a la bestia (III)

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Un estudiante de medicina ha realizado las prácticas en una carcel andaluza. Estas son, por entregas,  algunas de sus reflexiones.

Hoy me ocurrió un ilustrativo episodio. Un interno se queja de que se le hincha la mano. Dos días antes había aparecido por urgencia en el módulo de enfermería, colocado de “benzo” (miosis leve e hiporreflexia a los estímulos luminosos directos y hablando como si tuviese frenillo, sin pronunciar bien la R, atontaillo), con la mano derecha hinchada y dolor a nivel del 5º metacarpiano (puñetazo a la puerta). Se le hizo una radiografía y no hay rotura, así que se le dieron antiinflamatorios y se le entablilló con una férula de Prim (de estas acolchadas por un lado y de aluminio por a otra, prohibida en la prisión, por cierto, como casi todo – seguridad -). Ahora, mientras pasamos consulta en su módulo (módulo 5) aparece con la mano hinchada, y amenaza con denunciar al médico, porque no quiere tratarlo en el momento (el protocolo que este suele seguir es que los internos que no se apuntan a las consultas semanales del módulo son atendidos al final, cuando se terminan los apuntados. Esto permite arreglar solo cosas puntuales, puesto que no se dispone de la historia clínica del paciente en su módulo, ya que está en enfermería por no haberse inscrito con antelación – o porque al funcionario no le a parecido inscribirlo, o se le ha olvidado… -). El médico le ofrece tratarlo al final, pero el preso insiste en que va a denunciarlo y le pide el nombre completo al médico. Este le dice que tiene derecho a no decírselo, pero le da su número de identificación penitenciaria, suficiente para ponerle la denuncia. El preso se va. De vuelta al módulo de enfermería el médico me comenta que las cosas en el módulo 5 están revueltas (parece que algunos internos se están organizando… y se han encontrado varios “pinchos”) y que es mejor no entrar al trapo, porque entre otras cosas, con el aluminio de las férulas los colegas se hacen armas. Ya en enfermería, estando en la consulta, aparece el funcionario del módulo 5. Le dice al médico “tenía que comentar… sabes que el interno del módulo te a puesto una denuncia…”. El médico le responde “sí, sí, que haga lo que quiera, está en su derecho”. El funcionario replica “no, era por si querías que le pusiese un parte o algo…”. El médico, distraído escribiendo un historia clínica, le hace gestos con la mano, como para que se vaya. Muy justo todo. ¿Quién dijo abuso?

Como cuando llaman del módulo de aislamiento: “que se han peleado dos internos”. La médica va y al final son cuatro los lesionados. En el módulo de aislamiento, como su nombre indica, están los presos en régimen de 1er grado (viven en el módulo en celdas de aislamiento, con régimen de visitas y patio especiales) y los sancionados, que pueden estarlo por varios motivos (art. 108 del Reglamento Penitenciario del 96) teóricamente hasta 14 días como máximo, también solos en una celda de aislamiento. ¿Cómo se pelean cuatro tíos sancionados en aislamiento si salen solos al patio y el resto del día lo pasan en celdas cuyas puertas son de 5 cm de hierro forjado? ¿Magia? No, instituciones penitenciarias. Seguro que los alrededor de 8 funcionarios que están en el módulo para vigilar a unos 20 presos como máximo, con las medidas de seguridad más punteras y cámaras hasta en la sopa, no tienen nada que ver. Curioso comentar que en el módulo de aislamiento, una verdadera ratonera de cemento, el suelo es antideslizante. Cuestiones de seguridad, no vaya a ser que el funcionario se resbale con los zapatos al “tener que” reducir a un salvaje presidiario.

He visto un módulo completo, albergando de 120 a 140 presos (el módulo 12), completamente lleno de personas con enfermedad mental. Ilegal, completamente ilegal. Una persona con una enfermedad mental no debería estar en prisión, y así lo establece la ley. Pero aquí las ilegalidades no importan a nadie, y menos cuando se justifican socialmente al formular la pregunta “¿y si no, que hacemos, lo dejamos libre para que vuelva a agredir o a matar a alguien?”

En la cárcel todo funciona con trapicheos. Entre los presos sí, pero también en la administración. Un papel, una instancia, una petición de traslado, una petición del art. 196 (excarcelación por motivos médicos) puede tardar en tramitarse media hora, varias horas, o tres meses. Todo depende de a quién conozcas, quien te haga un favor, y quién te tiene manía. A veces estas “cosillas” se traspapelan, ya se sabe, y puede que por casualidad acaben cayendo a la máquina que tritura los documentos inservibles en algún despacho. Cosas que pasan.

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