Tras los muros que encierran a la bestia (IV)

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Un estudiante de medicina ha realizado las prácticas en una carcel andaluza. Estas son, por entregas,  algunas de sus reflexiones.

Podría seguir contando tantas y tantas paradojas de la institución de justicia y reinserción (reinserción penal: entras y te vas, y vuelves a entrar, y te vas y vuelves, y así hasta que te mueres – media de reingresos de un 60 % según datos del ministerio del interior en 2008-) pero no quiero acabar este escrito sin mencionar la tragedia que queda fuera. La de las familias, que pagan condena como el presidiario. Esta mañana, en la entrada, antes de que comprueben que hay una orden que me permite entrar hasta el día x a hacer prácticas de sanitario, etc. (como todos y cada uno de los días durante un mes) me encontré a una madre que venía de Alicante, a un vis a vis con su hijo. 15 años de condena. Se coge un bus desde su tierra que tarda unas 5 horas y pico. Llega a la penitenciaria a eso de las 6 y media de la mañana, y tiene el vis a vis a las 11. A las 8 (y con mucha suerte) le abren la puerta de la prisión, y se resguarda del frío mañanero. En la cafetería, no hay nadie que le atienda: se cerró, no era rentable. Demasiados pocos clientes. Tristes máquinas de chocolatinas sustituyen el servicio. Entré, y allí quedó. Ahora le quedan otros 500 kilómetros de vuelta a casa, por estar hora y media con su hijo. Muy humano todo, muy humano.

Otro de los derechos que los presos ven conculcados por el robo de su libertad.

Un funcionario, comenta al médico: “este… este está pidiendo el pase” “puede que termine… babeando”. Se refería a un preso agitado y bastante agresivo, que yo personalmente había tratado. Estuvo en enfermería. Había pasado por tres chabolos (término taleguero para celda) y en los tres había acabado a ostias. No sabían donde ponerlo. Babeando porque cuando ocurren cosas así, a veces el médico lo achaca a trastorno psiquiátrico y le enchufa un “aguacate” (se refieren a un Modecate, un antipsicótico depot – inyectable, de larga duración: varias semanas – que tiene un efecto sedante muy fuerte, seguramente el más fuerte de entre los antipsicóticos de este tipo).

Un muerto por sobredosis. Días antes había estado en la consulta, aquejado de una infección de orina. Esa noche se quejó al funcionario de que no podía dormir (en los módulos, el calor es insoportable. Los presos con peculio – forma en que se le llama a la cuenta bancaria de un interno, por tener unas condiciones especiales y que por narices es del Banco Satan-der, por cierto – compran ventiladores, y a veces lo sobrellevan. En todos los módulos hay aire acondicionado, pero no se pone, ya se sabe, por no contaminar y de paso ahorrarse unas pelillas, así da pa’contratar más funcionarios reinsertores) y dijo que tomaría más medicación (en la cárcel el consumo de ansiolíticos benzodiacepínicos es norma a la entrada – para superar el “trastorno de adaptación”- y a menudo de toda la estancia, por necesidad o no: trankimazín, lexatín, tranxilium, rivotril, valium, sedotime, noctamid, dormicum…). El compañero dice que a las siete de la mañana le escuchó roncar: seguramente, escuchó sus estertores de muerte, agonizando antes de fenecer. Cuando el médico, a eso de las 8 de la mañana, es llamado porque el individuo no se presenta a recuento, el preso está ya rígido, encogido en su catre, ardiendo. El termómetro no es capaz de medir la Tº del cuerpo inerte, lo que significa que seguramente es de 43º o algo superior. Ya van trece este año. Demasiado calor, demasiado calor en el chabolo. Demasiada cárcel.

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